Nosotras pasamos muy pegadas a los mensajitos, los bocadillos de información, los eslogan, más si son memes acompañados con imagenes de gatos o perros y peor si son gif.
Con tanta filosofía entretenida de hace rato padecemos el delirio de pensar como conjunto que "el universo" sustituye el Dios patriarcal, que el universo, sin genero, o sapiosexual, nos indica los caminos que debemos recorrer, que nos facilita las decisiones. "El Universo" quiso, desde que me fui de Chile, que volviera a este país.
En Costa Rica sin dineros ni trabajos, guardando tiempo sobre propiedades e instituciones, le pedí prestado al amigo exitoso los dólares para comprar el tiquete. Él en San Francisco, accedió aunque el acuerdo había sido que de terminar el borrador del segundo libro, lo iría a ver a él en California.
A mediados de Agosto, la Tiquicia estaba con lluvia adecuada para poder decir que ese año habrá qué comer el próximo año. Las opciones de compra de pasajes en línea fijaban los precios más baratos en los días más cristianos: la navidad y el año nuevo. Tuve menos de una hora para decidir y me di con la segunda, volar en año nuevo para poder volar todo el año.
Volver a Chile a qué?
A verme con viejos amores? El amor es siempre buen pretexto, lo dice el Universo, pero cual de todos? Con qué cara?
A buscar trabajo? Ser bilingue para escribir de números y platas en horarios de 45 horas con salarios de fines de los 90 y alquileres del presente?
Haciendo escala en la ciudad de Panamá caminé a la siguiente terminal entre avisos interminables de perfumes. El perfume no es lo mío, esconde los verdaderos olores, disimula las enfermedades.
El Chile de mis recuerdos, no era como Costa Rica. La Tiquicia es un país de variedades genéticas en todo sentido. Las especies de flora y fauna de ese Centroamerica son prueba del verdadero significado de la teoría de Darwin, más sobreviven los que mejor se adaptan. El más fuerte no sobrevive sin entremezclar y camuflarse entre vecinos.
En la terminal del vuelo de conección a Santiago pensé que toparía con poca gente, más extranjera que chilena. Lo que llegué a ver me sorprendió.
Si bien han sido 20 años desde que vuelvo, presenciar los verdaderos efectos de la globalización me era chocante. Debo aclarar: yo no soy racista. La narrativa de invasión, colonización, segregación y esclavitud me duele todo, siempre me ha dolido, siendo blanca a mi, la vida negra, me importa.
En la terminal, esperaban para abordar el vuelo a Chile unos cien Haitianos. Todos de pie, divididos en tres grupos. Esperaban en silencio, mirando fijamente la puerta de embarque, sosteniendo en sus manos unas carpetas amarillas con letras sobre alguna iglesia. Todos flacos y en sus mejores ropas, la única que tomó asiento era una joven madre que viajaba con su pequeña hija.
A poco rato se me presento otro pasajero, un hombre de mi edad, Peruano, jovial. Me explicó la procedencia de esta humanidad y que desde el terremoto que destruyó Port au Prince que han emigrado muchísimos.
"Donde más he visto es recogiendo los carritos en las tiendas Líder" me contó el Peruano.
Las tiendas Líder forman parte del grupo Walmart, el grupo Walmart también compro las tiendas Más x Menos en Costa Rica. El Más x Menos me había botado árboles milenarios en el pueblo donde vivo para colocar otra tienda más y estacionamiento. Los odio.
Cuando hicieron el llamado para abordar, los Haitianos hicieron un fila expedita y todos lograron subirse. Yo los esperé y cuando llegué a mi asiento en clase turista lo vi ocupado por una de ellos. No dije nada y retrocedí por el pasillo a business donde vi que se había acomodado el Peruano y él le pidió a la azafata que me cambiara por un asiento al lado suyo.
Pasada la media noche en la que miramos desde arriba los festivos fuegos artificiales en ciudades del Perú, me busqué otro asiento para dormir. De pronto desperté ante el sonido sostenido de los motores y vi que un Haitiano había traspasado la cortina que dividía las clases y se había arrodillado sobre el piso al lado de una silla desocupada. Rezaba, con los ojos bien cerrados y las manos apretadas.
Pensé en lo que era el traslado de Africanos al nuevo continente. Cómo se sometía a seres humanos, hombres, mujeres y niños, a la fuerza, a grito y patada, y cómo los apilaban en barcos que se movían por oleaje gigantezca, cómo se orinaban y se defecaban la poca comida que se les daba para mantenerlos vivos. El asco y repudio que corría por mi cuerpo de pensarlo era mi alma enfurecido.
El Haitiano siguió rezando.
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