Parte de mi pensar es que, cuando gane un premio, cuando vuelva a publicar, que mi compensación por ser escritor será dinero. Dinero para no pensar con cuanto me alcanza, así poder llevar lo que sea sin pensar en tener suficiente, poder invitar a mi mesa solitaria la compañia del disfrute de sabores, texturas y satisfacción.
Pagar un par de deudas asumidas en el año pasado.
No son grandes deudas, fue un sencillo pasaje de avión, poder pagarle a Going Places la boleta de tiquete que me llevó a Chile en Enero.
Es un pensar pendejo, ay si, cuando gane premio.
Cuando lo más probable es que no gane.
El concurso es Españolí, es mucha plata y ya me imagino el tipo de sociedad formalizada literaria que tiene como fin preservar intacta la lengua castellana y sus protagonistas.
Me tranquilizan las sopas maruchan.
No deberían, son quimicaso.
No pueden, no los como.
Pero me tranquiliza hablar con Evi y Alonso sobre lo rico que son.
Hablar de salsas, y mezclas con tronaditas con limón y sal, es caldito para un resfrío que no tengo.
Así no pienso en el tiempo que tengo de sobra, en las audiciones de trabajo que no paso, en que dicen que el café escacea sobre el planeta debido a que todavía andamos motorizados como los Crawley de Downton Abbey.
La advertencia declarada en la última finca, no será leída.
El hispano apenas lee, y solo Borges, Marques y Allende, las instituciones de la vieja escuela se consideran de interés cultural, premiables, citables, infinitos.
Me tranquiliza asumir que este blog lo pueden leer dos, tres personas, y un par de bots.
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